La Procesión del Corpus Chirsti recorrió este domingo las calles de Cuenca, con motivo de la celebración de una de las fiestas más importantes de la Iglesia. Cientos de personas acompañaron a la Custodia, portada por banceros de traje de las hermandades de nuestra Semana Santa, acompañada por el obispo de la Diócesis, el Cabildo Catedralicio, una delegación de la Comisión Ejecutiva y la Junta de Diputación de la Junta de Cofradías encabezada por el presidente y una amplia representación de las cabeceras y cetros de hermanos mayores de las hermandades de la Pasión, así como de otras hermandades de la vida religiosa de la ciudad como la de la Virgen de la Luz, San Isidro o la Inmaculada. Cabe destacar que la Custodia desfiló este año restaurada, proyecto que se ha llevado a cabo en las últimas semanas y que pone de manifiesto una vez más la sensibilidad del Obispado y Cabildo para con el patrimonio artístico de la Diócesis.
La procesión partió puntual desde la Catedral. Abrió el cortejo la Cruz parroquial y ciriales, el Guión de la Junta de Cofradías, el de la Hermandad de la Virgen de la Luz (por ser la Patrona de Cuenca) y el la Archicofradía de San Julián (en representación también del Patrón de Cuenca).
La Custodia bajó por Alfonso VIII y Andrés de Cabrera hasta Puerta de San Juan, por donde giró hacia El Peso para bajar por Solera, El Salvador y Alonso de Ojeda hasta la Puerta de Valencia. Desde aquí, el cortejo enfiló por Las Torres y Aguirre hasta finalizar en la iglesia parroquial de San Esteban. El Santísimo estuvo expuesto en este templo, donde además se celebró misa a la llegada de la procesión.
Por lo que respecta a los banceros (uno por hermandad hasta un total de 20), este año participaron los pertenecientes a las hermandades que van desde la V. H. del Stmo. Ecce-Homo de San Miguel hasta la Congregación de Ntra. Sra. de la Soledad y de la Cruz. Ejercerá como capataz y como es habitual, Jesús Abarca.
Un año más, la Custodia fue acompañada por integrantes de la Junta de Cofradías, guiones, estandartes y hermanos mayores de todas las hermandades de la Semana Santa de Cuenca y de aquellas hermandades que, no perteneciendo a la Junta de Cofradías, quieren sin embargo tomar parte en la Procesión de procesiones; las Damas de la Congregación de Nuestra Señora de la Soledad y de la Cruz; integrantes de los diferentes movimientos religiosos de la ciudad; y niños y niñas vestidos de Primera Comunión, quienes agasajaron con pétalos de flores a la Custodia en varios puntos del recorrido.
En el capítulo musical, acompañaron al cortejo la Banda de Trompetas y Tambores de la Junta de Cofradías, dirigida por Francisco Javier Poyatos, y la Banda Municipal de Música de Cuenca, dirigida por Juan Carlos Aguilar. El Coro de la Capilla de Música de la Catedral, dirigido por José Antonio Fernández, cantó tanto en la Misa del Corpus en la Catedral como al paso de la Custodia por los diferentes altares, durante la procesión; también lo hicieron en otros tramos del recorrido, intercalando sus voces con las interpretaciones de las bandas, lo que dotó al desfile de gran solemnidad y belleza. La Junta de Cofradías contó, como cada año, con un amplio equipo de voluntarios que trabajaron por el buen desarrollo de la procesión del Corpus.
Siete altares para la Custodia
Seis hermandades levantaron preciosos y muy cuidados monumentos en la calle para saludar el paso de la Custodia, a los que se sumó el altar del modisto conquense Eduardo Ortega, quien siguió de este modo la antigua tradición por la que los conquenses ubicaban altares en las puertas de sus casas o comercios para recibir al Santísimo.
Bajo los arcos del Ayuntamiento montó el suyo la Muy Ilustre y Venerable Hermandad del Bautismo de Nuestro Señor Jesucristo, como ya es habitual. Según explica la Hermandad en sus redes, en esta ocasión presidía el altar una antigua talla de la Virgen con el Niño en madera policromada y estofada, fechada en el s. XVII; tanto esta talla como los dieciochescos estípites dorados que flanqueaban el conjunto procedía del fondo artístico de nuestro Ayuntamiento. Destacaba también una pequeña imagen de San Juanito, según su iconografía típica, del s. XIX, recientemente adquirido por la Corporación. Unos delicados ángeles con diferentes atributos, propiedad de un hermano, dos faroles del paso del Bautismo, panes y racimos de uvas en clara alusión sacramental y sendos centros de flores en tonos rosas, blancos y violetas completaban la decoración.
El altar vestido por Eduardo Ortega y Verónica Jiménez contó con una talla de un Niño Jesús, complementada entre otros elementos con candelabros y con gran protagonismo del encaje en las telas y de los motivos vegetales. Además, el altar se extendió hasta los balcones, adornados con dos cuadros (una Inmaculada y un San José) pertenecientes respectivamente a las abuelas de Eduardo y Verónica. Unión de generaciones y tradiciones en el Corpus conquense.
La V. H. de Ntro. Señor Jesucristo Resucitado y María Stma. del Amparo montó su altar en la calle del Peso, en concreto en la entrada a la sede de la JdC. Estuvo presidido por una imagen de Cristo Niño, acompañada por dos ángeles orantes y la tradicional hogaza y espigas de trigo, símbolo del Cuerpo y la Sangre de Cristo. El altar completó su ornamentación con rica tapicería y piezas de tejido, flores y faroles, entre otros elementos. No faltó el incienso ni el tradicional reclinatorio para que monseñor José María Yanguas rezase las oraciones pertinentes.
La V. H. y C. de Nazarenos de San Juan Apóstol Evangelista ubicó un año más su altar en la puerta de la iglesia de El Salvador, presidido por la talla procesional del Apóstol. Vestido de blanco, con el tradicional mantolín, cordón en verde y oro y palma en mano, el Evangelista estuvo acompañado en el altar del Corpus por los ángeles que guardan sus pasos en la madrugada del Viernes Santo camino del Calvario. Como trasera, un repostero con el escudo de la hermandad, emblema presente también en otras piezas de tela utilizadas para completar el altar, en el que predominó el granate como referencia a los dos colores de su uniformidad.
En la puerta de su sede, ubicada en la calle San Vicente, preparó su altar la V. H. del Santísimo Cristo de la Luz. Presidido por una Inmaculada Concepción, talla del s. XVII, propiedad de un hermano, el altar contó también con lienzos ornamentales con los colores de la Hermandad, así como con las tallas de dos ángeles. El altar volvió a contar con una acción solidaria especial a beneficio de Cáritas parroquial de El Salvador, a través del donativo de las ‘Espigas de Caridad’.
La R. I. V. Cofradía de Ntra. Sra. de las Angustias montó altar en su sede, ubicada en la calle de Las Torres; este año estuvo presidido por una imagen de Santa Beatriz de Silva, fundadora de la Orden de la Inmaculada Concepción, como homenaje a nuestras “monjillas” por los tristes incidentes que sufrieron hace un mes. Un precioso detalle que muestra una vez más el amor que nuestras hermandades profesan a las RR. MM. Concepcionistas Franciscanas de la Puerta de Valencia.
Finalmente, la M. I. V. H. Penitencial del Stmo. Cristo de la Vera Cruz ubicó su altar en Aguirre, presidido por la talla de un Crucificado cedida por una parroquia de la provincia y en el que no faltaron los atributos propios del Corpus.
Homilía de monseñor Yanguas en la misa del Corpus
Queridos hermanos, sacerdotes, autoridades, miembros de Cáritas Diocesana, Conferencias, Cáritas prroquiales, Cofradía del Ssmo. Sacramento, Junta de Cofradías, queridos fieles todos
Solemnidad del Corpus Domini, Días de la Caridad, una entre las más celebradas por el pueblo cristiano desde que comenzó a tener lugar en la segunda mitad del siglo XIII. Varios milagros eucarísticos que “hablaron” en favor de la presencia real de Cristo en la Eucaristía impulsaron de manera definitiva esta práctica cristiana, que no tardó en convertirse en costumbre bien consolidada. El Ssmo. Sacramento es llevado solemnemente en hermosas carrozas o en las manos del sacerdote por plazas y calles de nuestros pueblos y ciudades entre cánticos, música, incienso, flores y resonar de campana, acompañado sobre todo por las muestras de fe y de amor de los fieles.
La fe de la Iglesia contempla el misterio de la Eucaristía sin poder salir de su asombro, lo celebra con alegría y lo adora agradecida en silencio o con cánticos de letras inspiradas y música jubilosa. Es el misterium fidei, el misterio de la fe, el misterio de nuestra fe católica. Lo primero que se impone a nuestra consideración es que estamos ante un misterio, una realidad que pertenece al mundo de la fe. Algo, pues, a lo que no podemos asentir apoyándonos solo en nuestra razón; necesitamos del auxilio de la fe, ese “plus” de luz que es un regalo de Dios, y que Él concede a quien lo pide con humidad. Ante el misterio nadie puede presentarse con actitud arrogante, pretendiendo entender o comprenderlo como se hace con otras realidades difíciles de entender. Nos hacemos con ellas, logramos entenderlas no si esfuerzo, valiéndonos de argumentos humanos, racionales, apoyándonos en experimentos, análisis, pruebas matemáticas. Y nos acecha la tentación, a la que no pocos sucumben, de pensar que solo lo tangible, lo experimentable, lo demostrable es real, verdaderamente real y objetivo.
El misterio, en cambio, se antoja a muchos como algo que no es verdaderamente real; cae dentro del mundo de lo subjetivo; se lo tiene como algo perteneciente al universo de los gustos y de los sentimientos personales; se confunde a veces con lo meramente simbólico, una ilusión, una ficción, en fin. Se olvida así, pretenciosamente, que la demostración tal como se entiende habitualmente, no es el único modo de acceder a la realidad. Que las más hondas, las más profundamente humanas y por eso más divinas, no son objeto de demostración o de laboratorio; pertenecen precisamente al mundo de los misterios. Precisamente porque Dios es luz, puro amor en su ser o verdad más íntima, por eso es también inefable, y el acceso a dicha realidad, la más misteriosa, es un don, un regalo del amor de Dios. Estas realidades, las más densas de ser y de verdad no se conquistan, no se asaltan para hacernos con ellas: son don, se nos regalan. Pues bien, para el cristiano la Eucaristía es un misterio altísimo de amor, y por ello también de fe, que nunca acabaremos de entender del todo. Hoy tenemos ocasión de doblar nuestras rodillas ante este divino misterio, de hacer un sencillo acto de fe, rindiendo nuestra inteligencia humana, siempre limitada, ante la infinitud del misterio.
Adoramos y agradecemos este misterio de amor, porque es un misterio de “presencia”, de cercanía personal de alguien, Jesucristo, Hijo de Dios, que se oculta bajo las especies del pan y del vino y se nos da como alimento divino en nuestro caminar terreno: alimento que da vida eterna: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”. Agrademos este misterio de amor, porque el amor es siempre don, regalo a otro. No obedece sin más a razones, aunque las tenga; ni puede ser exigido, aunque podría haber motivos para ello. El amor auténtico es gratuito y tiene que ver con la libertad. No puede ser forzado, impuesto, ni comprado. Así lo dice el Cantar de los Cantares: “Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable (8,7). Hoy llevamos en procesión al Ssmo. Sacramento lo hacemos objeto de nuestra adoración, profesamos públicamente nuestro amor al Señor, motivados solo por el amor suyo que ha precedido el nuestro.
La Eucaristía es misterio de amor, de comunión. Sabemos que el amor tiene la virtud de hacer de dos vidas una sola: dos vidas distintas, pero con un mismo pensar, un mismo querer, un mismo sentir. A más o menos largo andar, el amor termina por lograr ese misterio de identificación. Se entiende, pues, muy bien, que la comunión del Cuerpo y de la Sangre del Señor requiera, al menos, un inicio de amistad, de amor. El pecado mortal, que hiere de muerte el amor, no tiene lugar en este misterio. Por eso no podemos comulgar, no podemos unirnos estrechísimamente con Jesús en la comunión eucarística, no podemos recibirlo con conciencia de pecado mortal. La comunión que es signo de amor se convertiría en una especie de beso de Judas que da lugar a la queja de Jesús: ¡Judas, con un beso entregas al hijo del hombre! Aquel beso falso, fingido mudó de naturaleza: en vez de ser signo de amor culminó una traición. Por eso nos advierte el Apóstol: Quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y de la sangre del Señor (…), bebe su condenación” (1 Co, 11).
Se entiende también muy bien que hoy celebremos el Día de la Caridad. En el mensaje de los Obispos Españoles para este día se recogen unas exigentes palabras del Papa Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis. Dice allí que” quien participa en la Eucaristía ha de empeñarse en construir la paz y denunciar las circunstancias que van contra la dignidad del hombre, por el cual Cristo ha derramado su sangre, afirmando así el valor tan alto de cada persona”. La comunión con Cristo no puede separarse de la comunión con los demás, especialmente con los más débiles y abandonados. Lo que hacemos o dejamos de hacer con quien padece hambre, sed, falta de vestido o casa, enfermedad, pobreza, en fin, lo hacemos o dejamos de hacer con Cristo (cfr. Mt 25, 35 ss.). Estemos atentos a estas palabras del Evangelio, precisamente hoy fiesta del Corpus Christi.
Avivemos nuestra fe en este augusto sacramento, venerémoslo con piedad, cuidando los gestos de respeto que la Iglesia nos enseña pues expresan la fe y dan testimonio público de ella, y cuidemos de aquellos con lo que Cristo se ha identificado. Amén.
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