Junto con el clarín es el instrumento protagonista de la madrugada del Viernes Santo. Se trata de un tambor un tanto especial que, al igual que el clarín, lo portan los turbos y lo hacen sonar con un ritmo característico. Su confección es totalmente artesanal, consiste en un cilindro hueco y sin tapas, sin anchura ni diámetro determinados, hecho de un material ligero al que se le ciñe una piel curtida - generalmente de vacuno, aunque los hay de toro, cabra, borrego, ciervo,…-, a la que se le han quitado los pelos. Su sonido final tiene que ser bronco y destemplado. Se tiene como norma implícita que los tambores callen cuando suenan los clarines y, sobre todo, en el canto del Miserere.
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